19-11-2014

Ayotzinapa y las rabias contenidas.

Ayotzinapa y las rabias contenidas.

Desde el pasado 26 de septiembre, en México, se ha extendido la rabia y el dolor que sale a las calles, que a veces pareciera que se desborda, que aflora a raíz del detonante que implica la desaparición forzada de 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, que es sólo la punta de un largo camino de dolores, miedos y rabias que hoy, en los rostros de nuestros compañeros desaparecidos se expresan, donde están o debieran estar incluid@s l@s cientos de miles de desaparecid@s y las decenas de miles de personas asesinadas, que en la última década, los grupos del narcotráfico, junto con los diferentes cuerpos policiacos, militares y paramilitares del gobierno mexicano, han sembrado por todo este territorio adolorido, sin olvidar a l@s desaparecid@s polític@s y asesinad@s que, desde la llamada guerra sucia, los cuerpos armados del Estado mexicano y sus paramilitares, aliados hoy a toda la “clase” política (incluyendo a los partidos que se reivindican de “izquierda”), han sido impuestos sobre quienes luchan por construir otra historia, sin olvidar tampoco a las miles de mujeres, asesinadas y violentadas en sus cuerpos y sus vidas tanto por la propia sociedad en general (que permite, ejecuta en manos de los asesinos, tolera y menosprecia el odio feminicida que va sembrando muerte entre las mujeres) como por las fuerzas de seguridad a nivel federal, estatal o municipal.

 

Sin olvidar tampoco la historia de despojos en contra de los pueblos campesinos e indígenas, que busca arrebatarles no sólo tierras, sino su historia, su identidad y la posibilidad de existir en base a sus propias formas, sin olvidar la historia de explotación constante y cotidiana, esa violencia “silenciosa” que se impone día a día sobre las y los trabajadores en las fábricas, maquilas, calles, callejones, esquinas, comercios, campos agrícolas y los etcéteras que existen, sin olvidar la brutalidad policiaca cotidiana, ejercida en cualquier calle, en contra de hombres y mujeres y toda una larga historia de agravios en contra de los pueblos, pero que hoy, toman forma y se hacen expresas con la rabia que Ayotzinapa nos significa.

 

Esta rabia, toma diferentes formas y manifestaciones, que van desde los paros estudiantiles, liberación de casetas de peaje en las autopistas del país, boicots en contra de centros comerciales, expresiones simbólicas de solidaridad, que no por simbólicas son menos necesarias, que buscan en conjunto, ampliar la rabia, haciendo de Ayotzinapa, algo que no seamos capaces de olvidar y relegar, también se han dado acciones de verdadera insurrección social, en específico en el estado de Guerrero, donde los padres de los desparecidos, los estudiantes normalistas y el magisterio democrático, junto con policías comunitarias y organizaciones sociales se están movilizando, gritando su rabia, que se ha hecho presente en contra de edificios y propiedades del gobierno, de los partidos políticos todos y de empresas privadas.

 

También se van despertando expresiones violentas de rabia en otras partes del país, que van desde los reclamos a los miembros del PRD que, cínicamente, pretenden hacer cómo que ell@s nada tienen que ver con lo ocurrido en Iguala y con la podredumbre de la política Estatal (por muy de izquierda que se digan) y que han querido usar Ayotzinapa como trampolín político o bien, imponer un silencio cómplice al respecto, llegando hasta las acciones realizadas en contra de las sedes de los partidos políticos, fuera de Guerrero, y que en la ciudad de México, en semanas pasadas se expresó con el fuego que intentó quemar la puerta Mariana del Palacio Nacional, que fue evitada por la tecnología antiincendios y el reforzamiento físico que la hace diseñada para soportar mucho más que fuego y patadas, y en contra de una estación del metrobús al sur de la ciudad de México, así como también en la respuesta a las provocaciones policiales en ciudad universitaria, donde en días pasados policías de la PGJDF montaron una provocación afuera del Auditorio “Che Guevara”, para posteriormente, por la noche intentar irrumpir con el cuerpo de Granaderos de la SSP-DF en terreno universitario, acción que fue repelida por quienes resguardan el espacio tomado desde el año 2000.

 

Las reacciones ante estas acciones, han sido diversas, van desde quienes histéricos gritan que “han llegado los anarquistas-halcones”, siguiendo la estúpida afirmación de los intelectuales y periodistas plegados a López Obrador, de sugerir que los anarquistas son un grupo de choque del Estado, llegando a la estupidez, derivada del desconocimiento histórico que el propio movimiento social y la sociedad en general tienen del anarquismo, que ayuda a que las afirmaciones de este tipo encuentren arraigo entre un@s y otr@s, llegando a construir la absurda afirmación de que “l@s anarquistas son violent@s y l@s violent@s son infiltrad@s y por ende, l@s anarquistas son infiltrad@s gubernamentales”, pasando por aquellos manifestantes que, muchas veces desde un papel de espectadores, ven la acción con alegría y sonrisas que reivindicaban la misma rabia, y por aquellos, que no alcanzan a entender que la represión vendrá, más allá de si hay o no “encapuchad@s”, y señalan que las acciones, defensivas o violentas, son lo que la originan, olvidando que el verdadero origen de la represión es el mismo sistema, y llegando hasta quienes abrazan la acción con desbordado entusiasmo.

 

 

Estas posiciones, en los debates y durante las manifestaciones, que pocas veces llegan verdaderamente a dialogar, suelen encontrarse, enfrentarse y descalificarse mutuamente, por un lado quienes reivindican la acción, desprecian y descalifican a toda aquella persona que no comparte su posicionamiento, y por el otro lado, quienes se posicionan en contra de la acción violenta, descalifican, señalan y condenan a quienes asuman posturas a favor del uso de la violencia.

 

El uso de la violencia como herramienta y estrategia de lucha, es algo que ha estado presente desde siempre, y por ende, el debate al respecto tampoco es nuevo. Es necesario que el amplio espectro del movimiento social, en éste y otros momentos, tenga claras algunas cosas, o por lo menos, que no partan de pre-juicios y condenas sobre quien se organiza y lucha de manera diferente a uno, que parten de las imágenes que el Estado y el capitalismo y otras expresiones de poder, dentro del mismo movimiento social, construyen para deslegitimar al diferente.

 

Es necesario aclarar que el uso de la violencia no es exclusivo, ni es lo que define al anarquismo como propuesta emancipadora y revolucionaria, esta concepción que tanto se asume en el seno de movimientos y organizaciones, parte de la misma concepción que el Estado y el capitalismo han impuesto sobre este y otros pensamientos revolucionarios y los organismos e individu@s que se adscriben a ellos, y ha sido reproducida desde ciertos sectores del movimiento social, provenientes muchas veces del marxismo, pero no sólo, quienes se han esforzado en colaborar en construir una imagen del anarquismo, como carente de teoría revolucionaria, por lo que de él sólo se puede esperar violencia “sin sentido”, estas concepciones hoy se juntan con las estupideces de los “intelectualillos” de izquierda, plegados a AMLO y su MORENA, que intentan generar la imagen de que l@s anarquistas son infiltrad@s pagad@s por el gobierno.

 

El uso de la violencia, como forma de enfrentar a la dominación política y económica, sí está presente en el anarquismo, pero no es su eje vertebral, se le concibe como una herramienta de lucha para defenderse de manera directa de los ataques que el Estado y el capital ejecutan contra los pueblos, y en última instancia como la forma que al final se tendrá que llevar a cabo para hacerle frente al sistema de dominación política, económica y social, a pesar de la contradicción que para el anarquismo mismo, por lo menos para el clásico, implica el uso de una expresión de dominación (es decir, de la violencia) en el camino de intentar construir otra forma de relacionarnos sin violencia. Esta necesaria contradicción para el anarquismo, sobre el uso de la violencia, parte de la realidad política y económica, del hecho de que los aparatos y el poder del Estado y del capitalismo nunca permitirán libremente la organización y la vida fuera de ellos, a lo cual opondrán su violencia organizada, para imponerse.

 

 

El anarquismo, diría Malatesta, busca eliminar de la vida social cualquier expresión de dominación, cualquier expresión de violencia que permee las relaciones políticas, sociales, económicas, personales, etc., por eso se opone al Estado, al ser éste, un ente de violencia organizada que se impone sobre los pueblos y sus individu@s, y por eso se opone al capitalismo, que impone su fuerza económica, (que se ejecuta de la mano de la fuerza política del Estado) sobre los y las trabajadoras, sin embargo, sostiene Malatesta, y con él much@s otr@s anarquistas, la dominación política, materializada en el Estado y la económica, materializada en la explotación del trabajo, no permitirán nunca que los pueblos, comunidades y personas intenten deshacerse de ellos y opondrán a estas pretensiones de libertad social, toda su violencia necesaria y posible, por lo que al final, si los pueblos, comunidades e individu@s quieren construir una vida libre y tener la posibilidad de organizase sin dominación, política, económica o de algún otro tipo, tendrán que derrocar al Estado y al capitalismo, y para eso tendrán que hacer uso de la misma violencia para hacerles frente y defenderse de la violencia de quienes dominan.

 

Ante esto, debemos entender que la violencia no es el eje transversal del pensamiento, ni de la acción anarquista, además de que en el anarquismo están presenten una amplia diversidad de propuestas, estrategias y formas de lucha, que van desde el propio pacifismo, pasando por aquellas que ponen énfasis en la construcción de organizaciones libertarias, en barrios, entre trabajadores, en comunidades, las dedicadas a la difusión de las ideas libertarias, a la transformación cultural y también al actuar artístico, hasta la reivindicación de la necesidad del uso legítimo de la violencia de los dominados para enfrentar la violencia dominadora, propuestas y prácticas que no por fuerza son auto-excluyentes unas de otras, a partir de lo cual sí debe de queda claro que la violencia no es ese eje transversal que quieren hacer creer desde arriba, ni es lo único en el anarquismo.

 

Es necesario entender que la violencia como herramienta revolucionaria no es exclusiva del anarquismo.

 

Diferentes ideas y acciones revolucionarias han reivindicado y utilizado la violencia como parte de sus estrategias de lucha, para enfrentar un aparato político y una dinámica económica basada en la dominación y por ende, en la violencia, desde ideas marxistas, pasando por los pueblos en general que se han levantado en contra de la dominación a lo largo de la historia y del mundo, entre las cuales vale mencionar a la propia revolución francesa, las insurrecciones campesinas contra los señores feudales y los reyes, la rusa de 1917, la libertaria de 1936 en los territorios dominados por el Estado español, al zapatismo y las otras vertientes revolucionarias en el México de principios del siglo XX, pasando por una infinidad de levantamientos sociales en contra de quienes les dominan a lo largo y ancho del mundo.

 

Hasta el propio modelo burgués de “democracia” se ha construido, en parte, por medio de levantamientos violentos, como la lucha de las feministas sufragistas de Inglaterra a inicios del siglo XX, y hasta la propia burguesía en los albores del mundo moderno, pasando por infinidad de organizaciones e ideas, de diferente sino ideológico. Esto se hace evidente al revisar la historia de las rebeliones, antiguas, modernas y contemporáneas, donde desde diversas posturas ideológicas se hace uso de la violencia como herramienta de lucha.

 

La muestra más reciente de esto, es la propia insurrección social que se está impulsando en las ciudades de Guerrero, donde es necesario tener en cuenta, la larga tradición de lucha y organización, ligada al marxismo en algunas de sus vertientes, que hoy se combina con el hartazgo social y diversidad de procesos organizativos, desde comunidades campesinas o indígenas, organizaciones estudiantiles, sindicales, comunitarias, que pueden tener, o no, una postura ideológica definida y común.

 

Entonces, el movimiento o los participantes en las movilizaciones, debemos pasar de la noción nacida del poder que busca constantemente criminalizar a las ideas y movilizaciones, que impone etiquetas de acuerdo a que tanto cada expresión se aleja de las nociones políticas que la dominación impone en la sociedad como “las aceptables”, señalando y condenando a quien se sale de esas expresiones “aceptables” hacia otras diversas. El poder genera este discurso: señalar y condenar lo diferente, “satanizando”, no sólo al anarquismo, sino a cualquier forma de lucha e idea que intente romper con las formas impuestas por la “democracia” maniquea de Estado. Repetir los discursos del Estado, no hace sino deteriorar a las posibilidades del movimiento y las movilizaciones, creando una falsa imagen entre “buenos” y “malos” manifestantes, rompiendo con esto, la solidaridad, siempre urgente en todo proceso colectivo.

 

La imagen de que la forma de conseguir victorias sociales, es en base a acciones “pacíficas”, fue construida desde el poder político y económico, a base de hacernos olvidar que en la historia, los pueblos han logrado, lo poco o mucho que hayan logrado, luchando frontalmente, implantando la imagen de que por medios pacíficos y “democráticos” es posible lo que ha sido imposible: transformar la realidad. El Estado y el capitalismo, por medio de los medios de comunicación y los proyectos educativos acordes a sus principios, intentan, y lo logran en cierta medida, hacernos olvidar que los pueblos han luchado para conseguir lo que han conseguido, por insuficiente o irreal que haya sido eso que lograron, intentan hacernos creer que la “democracia” maniquea del Estado y la burguesía funciona y que sólo se trata de borrar “ciertos errores” que le imposibilitan funcionar, nos repiten desde arriba “no luches, vota y lo lograras y si no lo logras vuelve a votar y tal vez, si tienes perseverancia algún día lo lograras”, nos enseñan que “en el pasado fue necesario luchar, pero que ahora tenemos democracia y entonces, la lucha deja de ser necesaria, pues tenemos la “posibilidad” de votar, por derechas, centros o izquierdas”, nos inculcan que los violentos son “infiltrad@s” del sistema para desestabilizar la paz que nos reina, aunque esa paz sea una simulación, o abiertamente deje de aparentarse, más allá de las pantallas televisivas y a esta imagen abonan todos los partidos políticos, desde el PAN en la “ultraderecha”, hasta la supuesta “izquierda” localizada en MORENA.

 

La dominación ha buscado inculcar en los propios movimientos y en la sociedad en general la idea de que no es necesario hacer otra cosa, que el sistema “funciona”, aun cuando abiertamente no funcione, más que para sus intereses, o que “funcionara” quitando algunos errores y personajes. A la par de esto, inculca en nosotr@s su propio modelo dominador, las ansias de erigirse en jueces, capaces de condenar al otro, o las ansias de ser el poderoso en diferentes escalas, capas y merecedor de imponer la voluntad propia sobre l@s demás.

 

A partir de estas imágenes con que el poder ha caracterizado a las luchas de abajo en general, y que actualmente construye como modelo de esta caracterización, por ejemplo, en la ciudad de México, al anarquismo y a los “encapuchados”, esta imagen construida desde arriba, junto con el miedo constante a los “infiltrados”, busca que los movimientoe o las movilizaciones entren en un estado de paranoia constante, desconfiando, señalando, condenando al otro, sin conocerle, sin saber “quién” es ese otro, deslegitimando su rabia, que es la misma rabia de un@, haciendo con esto que desde las propias movilizaciones deslegitimemos lo que el poder quiere constantemente deslegitimar: la rabia, la lucha, la organización.

 

Muchas veces, los manifestantes son los primeros en señalar, condenar al otro, a la otra, incluso antes de que el poder les señale. El problema de esto, no radica en que existan posturas que asumen acciones no violentas, sino en la polarización que el poder inculca sobre los movimientos, que se vuelven una suerte de fundamentalismos internos, dónde si no te manifiestas y luchas de acuerdo a lo que yo valoro y asumo, entonces “eres un infiltrad@”, que te convierte en responsable de la represión, deslindando al Estado, desde nosotr@s mism@s, de la represión que ejerce.

 

Hay veces, como ahora con lo sucedido en Iguala, que la rabia específica, se desborda en diferentes niveles, las diferentes rabias que estamos constantemente cargando, la rabia va tomando otros caminos, ante el desencanto de aquella “democracia” de derecha, centro e “izquierda”, que el sistema entero, nos insiste que funciona. Es obvio y sería desesperante que no fuera así, que las expresiones de rabia, planificadas o improvisadas, se hagan cada vez más presentes y se tornen cada vez más, en enfrentamientos, ya sean físicos o simbólicos, contra los aparatos de dominación.

 

Estas expresiones violentas pueden tener diversos orígenes, desde la rabia, desde grupos organizados que como estrategia de lucha y para romper la “normalidad” de las manifestaciones, llevan a cabo acciones confrontativas, o aquellos que no buscan la confrontación, pero que están dispuestos a actuar en defensa frente a los cuerpos policiales, pasando por grupos y personas que, sin tenerlo planeado, se suman a acciones confrontativas, ya sea de manera activa o expectativa, y desde luego, también siempre está presente la posibilidad de la presencia de agentes policiales o parapoliciales que se infiltran en las movilizaciones, a veces con el fin de identificar a l@s manifestantes a detener, otras, con el fin de azuzar y participar en acciones confrontativas, para generar imágenes mediáticas que le permitan al gobierno emprender sus campañas de criminalización que legitimen la represión, estas opciones pueden estar presentes, e incluso darse en un mismo evento, haciendo que sea, muchas veces imposible diferenciar una de otra. De ahí viene la facilidad de que se presente la histeria de much@s, de señalar a todo aquel que se manifieste de manera diferente, como un “infiltrad@”, o como actualmente sucede: de “anarquista” y de fusionar estúpidamente ambos términos.

 

Los infiltrados gubernamentales existen, son una práctica real y constante del gobierno y actúan de diferentes formas, con diferentes objetivos, que pueden ir desde introducirse en los procesos colectivos para poder identificar a los principales participantes e incluso tener cierta influencia y control sobre los movimientos, pasando por el mantenerse a la expectación, eligiendo a quienes serán objetivo de la represión posterior a las movilizaciones, incluso cuando éstas, parecieran hacerse al azar, y es necesario señalar que las acciones del gobierno, pocas veces son dejadas al azar, puede ser que las detenciones parezcan al azar, pero el objetivo de la represión es planificado, con cada tipo de represión viene un objetivo perfectamente planeado, que se busca mediante el detener a gente en específico, a manifestantes en general o a la población que no está en las movilizaciones, y llegan hasta el ser ellos mismos quienes dirijan una acción, con el fin de poder identificar a aquellos que vean con simpatía la acción o para lograr una imagen mediática de las movilizaciones, intentando que la población en general se aleje de ellas y legitimar un futuro uso de la fuerza sobre las mismas.

 

La presencia de infiltrados gubernamentales es una realidad y una constante, aquí en México y en cualquier parte donde se generan movilizaciones sociales y no podemos ignorar este hecho, ni perderlo de vista, sin embargo, esto no justifica la histeria política que reza que todo aquel que se encapucha, que todo aquel que expresa su rabia de manera diferente sea un “infiltrad@”, pues esto, es parte de lo que busca el Estado generar. Un estado de paranoia generalizada a lo interno de las movilizaciones, que rompa la solidaridad que toda movilización social requiere en esencia, esta paranoia busca generar una aversión a otras formas de manifestar la rabia y de luchar y a quienes hacen uso de ellas, para evitar que el grueso de los manifestantes piensen si quiera en acercarse, conocer y reflexionar libremente al respecto, ni mucho menos empatizar con la acción, ni sumarse. Este es el riesgo de caer en esa histeria que, incluso antes que el propio Estado, señala y criminaliza al otr@ manifestante, que vale decir, tiene la misma rabia que uno, los mismos motivos y la misma legitimidad de expresar su rabia y luchar desde sus propios análisis y formas.

 

Después de estas acciones, según le convenga al gobierno, se desatará la represión, ésta puede darse inmediatamente, como en muchas ocasiones ha ocurrido o puede esperar, ser generalizada o selectiva. Después del intento de quema de la puerta del Palacio Nacional, la represión, extrañamente en esta ciudad, tardó en llegar, por espacio de más de una hora, en que se realizaban intentos de “dañar” la puerta de palacio nacional con fuego y golpes (que al final, quedaron en un acto simbólico, que no por material deja de ser simbólico y no por simbólico deja de tener importancia) y la policía no hizo acto de presencia, sino hasta tiempo después. Una puerta de palacio nacional, reforzada para aguantar mucho más que fuego y golpes, desprovista de toda vigilancia, ante una rabia que se desborda y que actúa por largo tiempo, como ocurrió, sin que la policía haga acto de presencia, nos debe de dar en qué pensar, bien pudo ser debido a que entre los planes del gobierno estaba el permitirlo para lograr sus imágenes mediáticas, o bien, a partir de un cálculo político, donde ante el clima actual y el alcance mediático del tema de Ayotzinapa, era inconveniente la pronta aparición policiaca, lo que no significó que después no apareciera con su brutalidad cotidiana.

 

La histeria política ante “los encapuchad@s” “anarquistas” o “infiltrad@s”, es inducida desde el gobierno, bajo los parámetros de éste y busca que una vez acontecida la represión, el movimiento señale como culpables a l@s “encapuchad@s” y pierda de vista que la represión es planificada y ejecutada por el gobierno, metiendo a quienes se movilizan a debates criminalizadores de las propias movilizaciones, intentando que a lo interno de las movilizaciones se señale como responsables de la represión a las propias movilizaciones, rompiendo la capacidad colectiva que las movilizaciones pueden construir, y con esto, comenzando a mermar a las movilizaciones, haciendo que el miedo y la división se extrapolen.

 

La aparición de “encapuchad@s”, no es nueva, y nació de entre propias expresiones del movimiento social, en México, muy ligadas al zapatismo del EZLN, y que ha sido retomado, o tomado de otras experiencias históricas de lucha por diferentes expresiones del movimiento social, como el anarquismo y otras. El uso de capuchas, paliacates, pasamontañas, tiene dos sentidos; por un lado, el negarse los rostros individuales, para conformar un rostro colectivo, donde no se apuesta por el prestigio y el reconocimiento individual (muy de la política de allá arriba, dónde sí importa el quién, con rostro y nombre, para poder escalar en las cúpulas de poder), sino por la lucha colectiva, y por el otro, para proteger la identidad personal de la represión. Atribuir el acto de encapucharse como definición del “infiltrad@”, es desconocer la memoria histórica, y desconocer al otr@, su rabia y la legitimidad de luchar de acuerdo a sus formas, señalar y condenar al “encapuchad@”, y al que actúa “cómo un mal manifestante” y afirmar que es un “infiltrad@”, no es más que reproducir los discursos de arriba.

 

Del otro lado de la moneda están quienes al contrario de esta histeria política, reivindican, reflexionan y entienden las acciones confrontativas, como parte de la lucha, desde una reivindicación ideológica, desde análisis políticos, desde formas expresas de lucha, otros desde la rabia “pelona” que nos habita el ser, o bien, ante la imposibilidad de seguir aguantando provocaciones, agresiones policíacas y toda esta violencia que el Estado, la burguesía y el narco, de la mano, imponen sobre nosotr@s. Y también hay quienes muchas veces también caen en su propio fundamentalismo que reza que lo importante es la violencia de la acción, obviando la existencia de verdaderos infiltrados gubernamentales y que la violencia en sí misma no determina a una acción como emancipadora o revolucionaria.

 

En el clima actual, sería preocupante que no ocurriera así, para much@s, salir del marasmo que nos impone el sistema político y económico, despierta simpatías y alegrías, sin embargo no debemos perder de vista tampoco la necesidad del análisis, de la reflexión y de la crítica que todo movimiento o movilización requiere para potenciarse, sin implicar que esto, signifique el detener o condenar las acciones necesarias, que se hacen cada vez más urgentes.

 

En una y otras expresiones, hay dinámicas del pensamiento que el capitalismo impone con sus dinámicas políticas y económicas globales, que nos lleva a darle más importancia al instante y a la ejecución, que a los procesos que hacen posibles los instantes y acciones. Esta dinámica está inmersa, en mayor o menor medida, en la sociedad, en los movimientos, organizaciones y en las movilizaciones en general.

 

El capitalismo nos ha enseñado a pensar más importante el producto que el proceso, el instante de éxtasis que el cómo llegar a él, esto se presenta desde la lógica capitalista, que nos inculca mirar el producto y no las condiciones necesarias, las formas, dinámicas, para poder producirlo, es decir, que veamos el producto en los escaparates y no atendamos al proceso social, económico, productivo, político que están inmersos y hacen posible esa producción.

 

Esto se también se hace presente en otras esferas de la vida más allá del ámbito productivo, y se construye en una suerte de meta-relato social donde los procesos son obviados, ignorados, minimizados en su importancia y potencialidad, e incluso despreciados por ser “carentes de importancia” que nos llevan a pensar que: lo importante es el fin al que se llegue, y que lo demás carece de importancia. Podemos ver expresiones de esta dinámica insertas en los diferentes ámbitos de la vida social: importa más sacar un 10 o lograr un título en la escuela que el proceso de construcción-compartición del conocimiento, que el cómo se logra, importa más acceder al poder político, que el cómo se logre, importa más el cómo acceder al dinero que el cómo se logre, importa más el orgasmo que todo lo que le antecede, y en muchas expresiones de la “izquierda”, tanto socialdemócrata, como revolucionaria se expresa en que importa más una revolución (entendiéndola como la toma del poder político) que el cómo se logre, y en otras, importa más ver el fuego, que el de donde se origine, importa más un instante de éxtasis orgásmico político-ideológico, que el proceso que pueda potenciarlo socialmente, importa más acceder a algo que el cómo se accede, importan más el instante final que el proceso que lo hace posible y/o lo puede potenciar.

 

Esta dinámica es una de las esencias del propio capitalismo, en las concepciones que busca implantar, e implanta en mayor o menor medida, en las poblaciones a las que domina y explota. Fue señalada por Marx desde el siglo XIX, sobre todo referente a lo productivo y económico, y el anarquismo, desde el mismo Proudhon y Bakunin han señalado la importancia de los procesos, incluso por sobre los resultados, o más bien, la importancia de la concordancia entre los fines y los medios, oponiéndose con esta afirmación a la afirmación que el capitalismo y la dominación buscan implantar e implanta. Cuando el anarquismo señala que los fines que buscamos deben de tener una relación y una concordancia con los medios que empleamos para conseguirlos, en el sustrato, está señalando la importancia de no descuidar, ni restarle importancia a los procesos mediante lo cual se logra algo.

 

Pero bien que mal, el capitalismo y la dominación política del Estado han logrado insertar en el “NOSOTR@S”, las ansias de ver los resultados (entre más inmediatos y entre menos nos cuesten, mejor), por encima de atender a la necesidad de ver el cómo lograrlos, y quienes nos movilizamos no estamos impermeabilizados ante esto, por mucho que pretendamos “purezas” que nos llevan a asumirnos “liberados” de las nociones y dinámicas que el capitalismo y la dominación política y social imponen. Esto genera diversos problemas, que son urgentes atenderlos dentro de las movilizaciones, movimientos, organizaciones, colectivos, células, etc.

 

Por un lado, muchas veces, quienes somos militantes, afines, luchadores, por ejemplo, del anarquismo en cualquiera de nuestras vertientes (no sólo del anarquismo, sino que se hace extensivo a otras ideas y posiciones políticas) llegamos a construir dinámicas y concepciones en base a un ego-centrismo, que de alguna manera son propias de la dinámica de dominación, y llegamos a presumirnos o asumirnos como “acabados”, es decir, identificamos que nosotr@s como seres libertari@s, estamos ya desprovistos de toda noción propia de la dominación (económica, política, social, cultural, de género, etc.), que al nombrarnos, vestirnos, y reivindicarnos de tal o cual forma, automática o semi-automáticamente nos despojamos de aquello que socialmente el capitalismo, el Estado y el patriarcado, inculcan, muchas veces, asumimos que nosotr@s representamos una especie de pureza, a la cual l@s demás aún no llegan, viéndonos a nosotr@s mism@s como “l@s iluminad@s” a los que l@s demás tendrán que seguir, o sentenciando que los otr@s jamás llegaran a ser lo que nosotr@s ya somos.

 

Estas dinámicas, que muchas veces se dan entre los militantes de los movimientos sociales y las ideas revolucionarias, no exclusivamente del anarquismo, están presentes, mucho más de lo que estamos dispuest@s a aceptar. Asumimos que el problema es la “sociedad”, como si nosotros fuéramos una esfera fuera de esta sociedad, a partir de lo cual, consciente o inconscientemente, vamos formándonos ideas de superioridad sobre l@s otr@s: sobre quienes no se movilizan, sobre quienes no piensan como nosotr@s, sobre quienes no actúan como nosotr@s, tendiendo a despreciar, enjuiciar y condenar. Está dinámica es heredada de las nociones de la dominación, que nos inculcan a que lo mejor que puede ser, es lo que un@ mism@ es, y que esto te hace superior, política, social, moral, ideológicamente que aquel que es diferente y no acepta nuestra “verdad”.

 

Asumirnos como “acabados” o “impermeables” a las dinámicas de la dominación y del capitalismo, nos llevará irremediablemente hacia el atolladero teórico y práctico, en cualquier ámbito de la vida, pues aquello que se asume acabado, deja de requerir mirarse para criticarse, y se mira sólo para admirarse de la “perfección” de sí mismo. Esto es peligroso, primero porque todo movimiento, toda idea, toda práctica, requiere estar en constante crítica de sí misma en primera instancia, para poder romper con aquello que sea necesario romper, después, porque, toda idea de “perfección” y “pureza”, en esencia, son nociones de superioridad y dominación y tienden, aunque no se pretenda, a ansiar imponerse sobre el otro y la otra.

 

En ese sentido es urgente que nos asumamos con las fallas que cargamos y construimos, que rompamos con nuestros propios dogmatismos y que peleemos, a la par que peleamos contra el enemigo que es la dominación y la explotación, con nuestros propios fundamentalismos, que nos llevan justo a una espiral de auto-referencia, dónde la urgencia de crítica y la autocrítica se van perdiendo, muchas veces somos críticos con el sistema, con el otro, con la otra, pero pocas veces logramos que ese ser crític@s, se refleje hacia nosotr@s mism@s, hacia mirar lo que reproducimos, muchas veces sin darnos cuenta, de aquello que la dinámica de dominación nos inculca, para poder avanzar hacia el cómo construirnos rompiendo con eso.

 

Es importante que entendamos, que al tender a hacer de nuestras ideas y prácticas fundamentalismos, estamos reproduciendo una de las dinámicas propias de la dominación, que cuando despreciamos y señalamos al otro por no ser lo que nosotr@s asumimos, estamos reproduciendo dinámicas que el capitalismo y la dominación política nos inculcan. Y en este sentido es urgente darnos cuenta que cuando la importancia que damos al instante y al resultado, importa más que aquella que damos a los procesos, ya sea para entender el origen, o como parte fundamental de lo que necesitamos para insurreccionar nuestra realidad, estamos reproduciendo concepciones que el capitalismo y la dominación nos introducen hasta el tuétano de nuestro ser.

 

Si logramos mirar en conjunto, tanto la acción específica, como el proceso que la hace posible, rompiendo con nuestros fundamentalismos, tendremos la posibilidad de ver al otro y su actuar diferente al nuestro, como igualmente valido, a pesar de estar o no de acuerdo con ello, siempre y cuando no se establezca el otro para imponerse sobre nosotr@s. Un proceso de transformación social, no será ni sólo violento, ni sólo pacifico, sino que será una conjunción de acciones, más allá de la forma de éstas, que estén insertas en procesos amplios y profundos socialmente.

 

La discusión, no tendría que girar respecto a sí “violencia sí o violencia no”, sino al aparte de eso, qué más construimos, qué más posibilitamos, y en ese sentido, ese “sí o no” qué papel juega o puede jugar. Es importante que aprendamos a ver en la expresión diferente de la misma rabia, la legitimidad de la propia, que no radica en sí estoy o no de acuerdo, sino en los motivos que originan esa rabia, de ahí en fuera, las expresiones de ella, no deberían ser auto-excluyentes, sino complementarias. Hay una rabia, que se desborda, y si no lo hace, sería preocupante, y este desbordarse no puede, ni debe ceñirse a un tipo único de acciones, sino a la diversidad de acciones y formas que se hacen presentes, rompiendo con la lógica del Estado y del capitalismo de desdeñar y atacar todo aquello que no es uno mismo. No es, o no debería ser, una pelea entre si acciones “contundentes” o “simbólicas”, pues ésta es una falsa dicotomía, las acciones “contundentes” tienen su parte simbólica y las simbólicas, tienen su propia contundencia.

 

Es claro que Ayotzinapa no será el último de nuestros dolores y nuestras rabias, lo más seguro es que tendremos que enfrentar aún otras tantas, sin que esto implique que lo olvidamos, ni mucho menos con que paren las acciones en solidaridad con Ayotzinapa. Me refiero a que cada vez más, es urgente voltear a mirar la urgencia de procesos, procesos sociales, organizativos, que yo como anarquista, apuesto deberán ser libertarios en el amplio sentido del término, aun cuando no sean específicamente anarquistas, que hagan posible la contundencia de las acciones para enfrentar al Estado y al capitalismo, a su violencia, a sus fuerzas oficiales y extra-oficiales, que vienen a imponer el miedo sobre todos y todas.

 

La contundencia de las acciones en contra de la dominación no radica en lo aparatoso o no aparatoso de éstas, radica en que tan profunda es la rabia, el dolor, las ansias de transformar las cosas, no sólo a nivel de individu@s o colectivos, sino a nivel colectivo amplio, es decir social, o que tan profundo es el proceso social que expresa esa rabia, y que tanto somos capaces de darnos una forma colectiva. Me parece, o mi apuesta como anarquista es esa, que tenemos que dejar de mirarnos los ombligos ideológicos, romper con las ansias de sólo sentir los orgasmos ideológicos, por muy urgentes que sean, como lo son, y mirar la urgencia de procesos amplios y profundos, que hagan que las rabias y sus expresiones no se debatan entre sí “contundentes” o “simbólicas”, pues éstas no son auto-excluyentes, que nos permitan formar rabias colectivas socialmente, junto con las otras rabias silenciosas que habitan en los barrios, pueblos, comunidades, escuelas, fábricas, campos, esquinas, etc.

 

Si no volteamos a ver la importancia de los procesos, nuestras acciones, pacificas o violentas, quedan ahí, en el anecdotario de la historia y de la vida personal de cada un@ de nosotr@s, en una hoja amarillenta de los periódicos amarillistas que sentencian “Anarquía por Ayotzinapa”. Ayotzinapa, junto con todos los otros dolores y rabias, ameritan que vayamos más allá, pues son generadas por la dominación política, impuesta desde el Estado, la económica, impuesta en la explotación económica del capitalismo, la de género, impuesta por el patriarcado, y sólo podremos hacer justicia por esas rabias, haciéndole frente a la dominación, haciéndole frente, no sólo de manera individual, instantánea, sino empujando procesos sociales organizativos y colectivos profundos y amplios, de los que nazcan procesos revolucionarios y libertarios, dónde desmontemos, en la práctica y en lo simbólico lo que la dominación nos impone. Procesos sociales, organizativos y libertarios, donde dejemos de pensar socialmente en necesitar la dominación de unos sobre otras en todos sus sentidos, y que además nos lleven a aglutinar fuerzas que realmente puedan tener un accionar contundente contra el sistema, contundencia que va más allá de si es violenta o no violenta, sino que radica en la profundidad social.

 

Lo que estamos viviendo con Ayotzinapa, y no sólo con Ayotzinapa, sino con todos esos otros dolores y rabias, tanto las que se mencionan, como las que no se mencionan, es una muestra, que tampoco es la primera, de lo que el capitalismo y su aparato político, el Estado, pretenden imponer sobre las poblaciones. El sistema político y económico, tienen siempre por estrategia constante y última el uso de la violencia, imponer el miedo, el dolor, intentando que estos echen para atrás las rabias y lo sueños de esas utopías tan necesarias, ese miedo y ese dolor lo insertan, no sólo a nivel individual, ni de forma aislada, sino que buscan insertarlos de forma social, colectiva, para romper cualquier posibilidad de respuesta colectiva.

 

Acá abajo, nos queda empujar procesos sociales, profundos, con todo el trabajo que esto representa, para intentar contrarrestar las pretensiones de arriba. Nos queda construir, desde abajo, desde los cimientos, ese algo que pueda oponérsele en todos los ámbitos, y para eso, no, no requerimos dejar de actuar, las acciones que expresan esa rabia, son siempre necesarias, pero necesitamos ese algo más, que es lo que hoy a la mayoría de los esfuerzos anarquistas, y no sólo a los anarquistas, sino también a muchos movimientos, por lo menos en la ciudad de México, nos falta, es decir, nos falta llevar esa rabia no sólo a la acción, sino a la profundidad social, mirar abajo, en las calles, en los barrios, en los pueblos, en las fábricas y encontrarnos ahí la posibilidad de construir otra cosa, donde dominación y explotación, con todo lo que estas significan dejen de existir.

 

Allá arriba, ya se relamen los bigotes unos y otros, los de la “ultraderecha” electoral guardan silencio, dejando que los otros hagan evidentes sus mierdas, los de la “derecha” tradicional electoral, buscan la forma de señalar a los de la “izquierda” electoral, y estos, buscan como señalar a los otros. Todos, PRI, PAN, PRD, PANAL, PVEM, PT, MC, MORENA, están haciendo sus cálculos, que siempre giran en torno a su carrera por llegar al poder, todos, buscan como saltar o utilizar esta crisis política, para en primer lugar, mantener las formas políticas propias del Estado y del capitalismo, y en segundo lugar, como llegar a ser ellos, los que estén arriba. Todos ellos, sin excepción, son parte de esto que ocurre y preparan sus próximas campañas para ganar simpatías, para imponer el olvido histórico sobre su implicación, y sobre todo votos, comprados o convencidos.

 

Algunos ya empiezan a señalar que esto se “resuelve” con la renuncia de Peña Nieto, como si el problema fuera realmente un personaje o un partido y no toda la dinámica económica y política del Estado y el capitalismo. Algunos ya llaman a que de la nada surja una Asamblea Constituyente, con ellos al frente, o bien una “huelga general política”, como si la huelga general, herramienta que en otros tiempos fuera una de las más importantes de la clase obrera, no requiriera un proceso organizativo y militante para lograrse, presentando estas “propuestas” que siempre irrumpen como “la panacea” a todo y en todo momento.

 

Es obvio que al capitalismo y al Estado, no se le barrerán de la historia de un momento a otro, en instantes de rabia, sino que tendremos que empujar, construir procesos sociales profundos y amplios, y desde mi perspectiva, anarquistas, o más bien libertarios, que son mucho más difíciles, lentos, tardados, que pueden parecer y ser mucho más desesperantes, pero que en esencia tienen la posibilidad de ser mucho más insurreccionales que un acto instantáneo. Tenemos que dejar de constreñirnos a los instantes, a los orgasmos ideológicos, sean violentos, o pacíficos, que no dejan de ser urgentes, y comenzar a mirar fuera de nuestros ombligos tan “perfectos” y “puros”, para comenzar a mirar afuera de nosotr@s mism@s, abajo, ese abajo social, que luego pareciera que hasta a l@s de abajo se nos olvida mirar.

 

Si logramos comenzar a derruir abajo, los cimientos simbólicos y las prácticas cotidianas del capitalismo y el Estado y cualquier otra forma de dominación, si logramos abajo, comenzar a construir otras prácticas, otros significados, otras formas de vernos, relacionarnos, organizarnos y construirnos, entonces, estaremos construyendo la posibilidad de enfrentar el arriba, la explotación y la dominación, y entonces, la dicotomía entre sí de forma pacífica o violenta, quedara anulada, pues estás se entenderán como estrategias, momentos de acuerdo a las necesidades y no como el sustrato y fundamentalismo de la acción.

 

Si nosotr@s logramos romper nuestro propio aislamiento, nuestros propios fundamentalismos, y logramos habitar en las calles, en los barrios, en fábricas, pueblos, campos y esquinas sin tanto bombo y platillo, si logramos vislumbrar ya no desde el “nosotr@s” aislado, sino desde un “NOSOTR@S” amplio y profundo, entonces, nuestras acciones serán contundentes y simbólicas a la vez, estaremos hablando de una transformación social, o el inicio de ésta, con vistas a levantarse desde abajo, sin ansiar el arriba, sin buscar dominar ni explotar, entonces, estaremos construyendo la posibilidad de que Ayotzinapa, junto con todas las otras rabias y dolores, alcancen la justicia que reclamamos, que no llegara nunca del Estado, sino que tendremos que construirla.

 

En estos momentos, la represión, que siempre está, está amenazando con enfrentar toda la lucha por la aparición con vida de los 43 de Ayotzinapa, como de por sí se ejerce en contra de todo movimiento. Desde los gobiernos ya se comienza a ladrar “el uso legítimo de la fuerza del Estado”, las provocaciones, como la ocurrida hace unos días afuera del Auditorio “Che Guevara” en la UNAM, donde elementos policiacos balearon a quienes resguardan el espacio, y la posterior incursión de la policía del “democrático” gobierno de la ciudad sobre suelo universitario, están llegando y esperan despertar la histeria política contra “l@s encapuchad@s”, contra quien busca ir “más allá”, para que el propio movimiento, los propios manifestantes les señalen y condene, legitimando a la represión, que vale decir, no necesita de pretextos para ejercerse.

 

No faltará quienes en la histeria política rezaran que la represión es culpa de “l@s encapuchad@s”, de l@s anarquistas, de quienes se salen de las formas “pacíficas” de la rabia, olvidando que la rabia se desborda, que no se contiene, que es legitima en sí misma, más allá del cómo se exprese. Cayendo en este discurso, se alienta al Estado y a su represión, se legítima y se posibilita. La represión, es responsabilidad directa del Estado, y si vamos a usar el argumento de “los infiltrados”, será mejor, por ética, que quienes lo hagan, lo hagan con pleno conocimiento y certeza de su dicho, y no en base a la histeria construida desde la dominación y sus aparatos mediáticos.

 

Tampoco faltaran quienes nieguen en su análisis la real existencia de infiltrados, e intentara construir héroes a diestra y siniestra. Pero lo importante radicará en qué más pensamos o intentaremos construir para oponernos a esas imágenes mediáticas que nos llevan a desconfiar del otr@, en base a un discurso del Estado, para enfrentar la represión, que se anuncia brutal, y para continuar la lucha contra el capitalismo y la dominación política, extendiéndola, creciéndola hasta hacernos una revolución, de sino libertario.

 

El problema no es sólo Peña Nieto o el PRI, sino todos sus partidos y sus políticos, y en esencia, es el capitalismo y el Estado.

El dolor y la rabia no es sólo Ayotzinapa, sino todas las rabias y dolores.

El asunto no es si acción violenta o acción pacífica, sino la urgencia de la acción que vaya más allá de la acción misma y específica.

La discusión no es si acción contundente o acción simbólica, radica en la legitimidad propia de la rabia, y de las acciones diversas tan urgentes, más allá de fundamentalismos nacidos del “yo”.

El meollo del asunto no gira en torno a qué acciones solamente, sino al sustrato de las mismas, los procesos en torno a ellas.

Esa es la apuesta

Libertad, Anarquía y Revolución Social

 



 

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